COLUMNISTA INVITADO | Nadie está solo, de Emilio Gordillo

23/09/2017 - 12:03 am

¿Por qué insistir en vivir en México? En casi todas estas experiencias me he enriquecido, he aprendido a ser un mejor ser humano, más común, menos injusto, más comprensivo, más tolerante y sobre todo, he aprendido sobre el valor de la vida, el amor por la vida, la conciencia y la búsqueda de los medios para su continuidad y cuidado.

Ciudad de México, 23 de septiembre (SinEmbargo).-En Europa o Chile me han preguntado muchas veces por qué insisto en vivir en México. La verdad, creo que he recorrido bastante este país y he conocido personas que viven en lugares tan distintos como Yucatán, Ciudad de México, Oaxaca, Michoacán, Sonora o Guerrero, en la ciudad o el campo, gente de a pie, de esfuerzo.

En casi todas estas experiencias me he enriquecido, he aprendido a ser un mejor ser humano, más común, menos injusto, más comprensivo, más tolerante y sobre todo, he aprendido sobre el valor de la vida, el amor por la vida, la conciencia y la búsqueda de los medios para su continuidad y cuidado.

Nunca me sucedió nada malo en estos viajes, aun sabiendo sobre todas las violencias – novísimas, incomprensibles aun por las legislaciones y por la sociedad en sus dimensiones reales – que proliferan prácticamente en cada punto del país.

A veces esa pregunta insistente me ha hecho creer que tengo algún problema mental, pero salgo a la calle y se me pasa.

Y es que es en la calle donde he visto, antes, mucho antes del terremoto, la calidad humana del pueblo mexicano. La calle, a donde salí tras verme solo después del terremoto. La calle, donde dejé de sentirme solo a medida que caminaba hasta los edificios derrumbados, pero también, hacia seres que reivindican lo humano, enfrentando el dolor con empatía, coordinando la organización comunitaria y una generosidad que es automática como el sentido común, todo a pocos minutos del terremoto. Muchos de esos seres humanos eran los jóvenes que el Estado ha arrojado a la incertidumbre durante todos estos años. No hice más que seguir ese flujo, seguirlos a ellos. Me metí en las filas de remoción de escombros antes de que los militares y el Estado llegaran a molestar y a hacer cosas sin saber bien de qué iban. Y así fui de Condesa a la Roma, ayudando en lo que se pudiera – que no era mucho – en cada edificio derrumbado con el que me encontraba, y así me agarró la noche en una Ciudad de México a oscuras, caminé, hice lo que pude y encontré a una persona que deseaba conocer hacía tres o cuatro años. Caminamos juntos en la noche por unos minutos.

Casi siempre anduve sin compañía y de un lugar a otro, pero en ningún momento me sentí solo. Y así han pasado unos tres días. Salir a la calle, buscar dónde ayudar – que siempre es poco – y pensar en cómo se podría ayudar más y mejor junto a los amigos, no siempre con éxito.

El segundo día ya no quería volver a la casa. Me sentía más tranquilo en la calle y me asombró la organización de la colonia Obrera. Mientras dejábamos tortas de huevo pude ver que la gente se organizaba en un círculo. Un gran círculo en cuyo centro se vociferaban las instrucciones y el ánimo que no faltaba.

¿De dónde venía esa fuerza? De la vida, que se desborda a diario por las calles en esta ciudad que nos roba la energía pero nos la retorna en cada rincón y en cada aprendizaje que ofrece a quienes sabemos verla y, sobre todo, sentirla.

El foco de atención en cada edificio derrumbado era la posibilidad de hallar al menos a un sobreviviente bajo las toneladas de escombros construidos por los buitres, las inmobiliarias, los políticos que permiten sus operaciones, los arquitectos corruptos, la economía de la depredación ejercida por todos estos agentes que, por ahorrarse unos millones, se permiten la soberanía sobre la vida y la muerte; criminales pues, el crimen contra la misma vida que esos cientos de mexicanos removían de entre los escombros para encontrarla, preservarla y cuidarla.

¡Echale ganas!, le gritaron a un hombre que salió en camilla, tras ser rescatado de entre las toneladas de escombros asesinos. El mensaje era échale ganas a la vida. Ahí están las fuerzas de este país, en lucha contante y confusa, pero en lucha al fin y al cabo. Por una parte, el sistema depredador que nos tiene peleándonos por trabajo y comida, por otra, los grupos humanos que se resisten no sin contradicciones a estos procesos violentos, con ingenio y, como decimos en Chile, picardía. Hoy mismo, hace pocos minutos, los militares han comunicado que “se necesita” pasar maquinaria pesada en una fábrica donde trabajan las mismas mujeres que son desechables al sistema que fabrica edificios mal hechos mediante la corrupción y que permite que esas mujeres mueran ahí para, luego, pasarles por encima con un montón de maquinaria pesada.

La guerra es esa. Y no lo duden, es una guerra, una guerra informal, como diría Laura Rita Segato.

El segundo día también me sorprendió otra situación. Frente al Parque México un grupo de personas gritaba desde la calle hacia un décimo piso. “Señora, le queremos decir que todos aquí la estamos esperando, la queremos bien y usted no va a estar sola, por favor venga nosotros que la vamos a cuidar y atender”. Mientras iluminaban el edificio agrietado y en riesgo de derrumbe, nadie respondía. Nos movimos buscando donde servir y ellos se quedaron con esa mujer aferrada a su departamento semiderrumbado. No se asomaba y aun así, no estaba sola.

Vi muchas cosas más pero este texto no se trata de eso, no deseo malgastar el tiempo de nadie sino más bien apuntar con el dedo algo he sentido desde que llegué a este país, allá por el 2009.

Acabo de leer un texto de un argentino que decía que después de quince años viviendo aquí ha descubierto al pueblo mexicano en las pruebas que impone la catástrofe. Yo, al contrario, siempre he visto aquella calidad humana y creo que es por ello que insisto en volver y quedarme; está todos los días por las calles, mezclada con las contradicciones que el sistema depredador nos impone, deslizándose entre las formas de mirar, en el trato, los “provecho, buenos días” en las fonditas, los “salud” en cada estornudo que damos en el metro, en el reconocimiento del prójimo por la calle, en el modo de la masa humana al fluir por Madero sin darse de codazos, sin verse feo; en la multitud que a veces se carcajea entrando a un vagón de metro atestado, en la calle, donde a diario reconocemos que este país está jodido y ya esa sola imposición, la mirada de esa niña pequeña vendiéndonos una alegría de amaranto, nos permite ver de otro modo ese espacio que habitamos, reconociendo la necesidad y el dolor ajeno, vivas en Condesa o la Doctores, en Ticomán u Oxtopulco. No es posible evitar a esos prójimos por mucho tiempo. En cada rincón de la ciudad se esconden pedacitos de esta fuerza comunitaria tan humana que hoy, ante la emergencia, se han desbordado pese a la intromisión de los buitres de siempre, policías que roban víveres, políticos que bloquean el financiamiento a la reconstrucción, sujetos que aprovechan el caos para ganar algo material, inmobiliarias corruptas.

Carlos Monsiváis fue quién notó los miedos y estrategias del Estado homicida frente a la potente organización social que el terremoto del 85 provocó, frente a su creatividad, su riqueza y calidad humana. Los Estados y la empresa privada siempre han temido a esa riqueza popular. Todo aquello que el despojo ha querido arrebatarle a este país inmenso. Hoy hay nuevas herramientas que se suman a aquello que se creía perdido en una comunidad que siempre estuvo ahí, aquello que se creía perdido y ahora nos asombra, nos da fuerza y, sobre todo, nos conmueve hasta el tuétano.

 

Emilio Gordillo. Foto: Facebook

Emilio Gordillo. (Chile). Escritor y profesor. Ganó el Premio Municipal Juegos Literarios Gabriela Mistral (2008) por el volumen de cuentos Los juegos mudados (Contraluz, 2010) y el Premio Mejores Obras Literarias inédita del CNCA (2011) por Croma, su primera novela, publicada por Alquimia en 2013. También publicó Indios verdes el 2015 en Libros Malaletra, México. Fundó la desaparecida revista Contrafuerte y dictó clases en México, donde vivió entre 2010 y 2014. También editó la colección de narrativa Foja Cero de Alquimia Ediciones entre 2010 y 2015, CHL: Antología de escritores chilenos, así como el número especial de narrativa chilena de Punto de Partida (UNAM) para la FIL de Guadalajara 2011. Ahora vive otra vez en México.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video